A Queiroga 

 

Disfrutar del agua adquiere sentido contemplando la belleza del río Mera, a 8km de la cabecera municipal, desde la que hay que tomar la carretera comarcal de Cerdido y, después de 2km, desviarse a la derecha por la parroquia de As Enchousas. Al llegar a la aldea de A Queiroga, antes de superar el río por un puente que lleva al municipio de Ortigueira, se sigue de frente dejando a la izquierda un pequeño puente medieval. En tan solo 500m a un entorno con una belleza única. Un molino indica el acceso al río, aquí de curso tendido, aunque el valle sea encajado, formando parte del área protegida LIC Ortigueira-Mera, que combina hábitats en ambiente fluvial y marino. En el otro extremo, una pequeña presa con salto de agua desviaba, desde su lateral, caudal para alimentar a los molinos mediante un profundo y ancho canal amurallado que se puede vadear por un paso enlosado. Una islita en medio del cauce realza la belleza del entorno. La variedad de especies vegetales es notable, cada una buscando sus preferencias ecológicas. En la orilla opuesta, la pendiente obliga a los alisos a elevarse sobre los sufridos robles, mientras se disponen espaciados los jóvenes avellanos entre los que aparecen abedules, algún arce como superviviente de climas más fríos, ejemplares de sauce en los claros donde el sol es más generoso y fresnos precursores de un bosque de ribera que se irá haciendo cada vez más espeso.

 

 

Fervenza de Agraxoiba

Esta singular cascada salta sobre el vallecito del Rego de Escalo, afluente del Río Pequeño y, entonces, del Río Xubia o Grande. Lleva el nombre de la aldea más próxima, que se compone de dos barrios, el que lleva el citado nombre y el de Chao. Precisamente de este último, a la altura de su pequeño lavadero, parte en descenso una pista de tierra que en 200 metros lleva hasta el recurso natural. Aunque la vía es ancha se recomienda dejar el vehículo en cualquiera de estos dos núcleos, que reúnen en sus viviendas y construcciones adjetivas buenos ejemplos de arquitectura tradicional formando un cuidado conjunto que representa la típica aldea rural de la zona. El trayecto es corto pero atractivo encaminándonos entre arcadas de laureles en agradables claroscuros. En una curva del camino se supera el arroyo y se presenta un bosquecillo que acompaña la caída de agua en una composición de matices selváticos. Un pequeño rodal de altos alisos y frondosos avellanos tiene a sus pies un jardín de helechos, ambiente fluvial en el que la humedad y la oscuridad hacen que centremos nuestros sentidos en el sonido que emite una amplia “cola de caballo” que en época lluviosa dibuja una amplia cortina de agua. La cascada en dos escalones, tramos llanos y desnivelados del río. El superior es más pequeño e irregular, con unos cuatro metros de caída, en el que progresan algunos árboles entre las rocas del cauce, pero bajo el mismo aparece un espejo de falla vertical de 14 metros sobre el que el río vierte su oro líquido. Es la evidencia de las antiguas orogenias, familias de terremotos que el choque de los continentes secuenció durante millones de años dislocando el terreno y salpicando Galicia de saltos de agua naturales.

 

Fervenza de Recemel

 

Ascendiendo hacia el sur por la carretera comarcal desde Recemel, a medio kilómetro, un desvío a la derecha, curva del antiguo trazado de la vía, servirá de estacionamiento y punto de partida para visitar la cascada de Recemel o de Os Pedrós. En solo 500 metros se llegará hasta el salto principal, sin fuertes pendientes aunque sobre terreno irregular. Un camino de carro desciende entre arbolado para acercarse, a la altura de un antiguo molino, a la orilla del río Grande o Xubia. Contemplamos allí un bosque joven compuesto principalmente de avellanos, robles, alisos y algunos acebos, cuya distribución permite ver iluminada la suave llanura fluvial. El río se encamina acelerándose y precipitándose entre pequeños escalones pedregosos para descansar en otros tantos rellanos en los que inunda sucesivas pozas. Bajo el dosel arbóreo se destaca, tupiendo los márgenes del cauce, el dentabrún o fento real, un helecho de vivo color y generosas frondes. Seguiremos entonces la caminata indicada por un antiguo canal de piedra que desviaba las aguas para dar energía hidráulica a cinco molinos que orlan la ladera encajada del valle, alguno de importancia como atestigua su condición de antigua vivienda y las tres piedras que rompían el grano. Justo antes de la caída principal, en la zona más abrupta, la de Os Pedrós (grandes piedras), se acumulan grandes bloques que llegaron de los hercúleos arrastres de climas más lluviosos. Entre ellos surge el caño del río a modo de gran fuente y se expande bañando un tobogán de roca de casi 20 metros de longitud y 15 de desnivel. Es el sonoro testigo del alzamiento que nuestro continente sufrió hace decenas millones de años provocando que el río tuviera que saltar e ir hendiéndose en lecho rocoso para salvar un desnivel cada vez mayor con el mar.