Los 12,4 kilómetros de longitud “ida y vuelta” de este recorrido, son adecuados para caminantes habituados a disfrutar de paseos largos, que en 3 horas completarán la distancia entre Sano Isidro y Ponte Nova. Como siempre aconsejamos un calzado cómodo y con buena sujeción, además de la necesaria precaución al recorrer la zona.

Nuestra caminata parte de un lugar con encanto, la capilla de San Isidro, cuya sencillez contrasta con algunos de sus elementos compositivos como los arcos conopiales en puerta y ventanas, tan extraños en el rural gallego como originales por su labrado en roca serpentinita. Unos bancos con mesa, bajo una acacia negra, nos permiten preparar un camino que seguirá la orilla del Río Pequeno, a pocos metros de un abandonado mazo, el Machuco Vello, que forjaba antaño el hierro que la minería antigua extraída de estas tierras. Este río debe considerarse como una de las fuentes Río Xubia o Río Grande, ya que nace en la ladera opuesta a éste en el Monte Tafornelo, en el límite sureste del municipio, teniendo así un nombre complementario con el que llevará la fama a la ría de Ferrol tras 31km de zigzagueante y ameno discurrir. Su recorrido parte de estos altos de Somozas para surcar los municipios de Moeche, San Sadurniño, Narón y Neda, convirtiéndose así en la principal vena hídrica de la comarca.

La propuesta de sendero, que no es circular, consta de dos tramos bien diferenciados que se recomiendan por separado. La primera parte, apta para caminar y realizar en bicicleta de montaña, sigue los citados ríos durante seis kilómetros y medio, por un valle encajado que irá cambiando de dirección cada poco tiempo siguiendo las arrugas que la red fluvial modeló en las fracturas y pliegues del terreno, cuya preparación definitiva se remonta a tiempos en los que los Alpes y los Pirineos adquirieron el estatus de cordillera. La pista, ancha, no presenta pendientes pronunciadas, haciendo su recorrido apto para todos sin cruces que puedan equivocar nuestro destino, los cuales habrá que dejar siempre a la derecha. Así, se llegará a una carretera asfaltada, a la altura de A Ponte Nova, vado que supera el río.

El segundo tramo comienza allí, atravesando la carretera para seguir recto por otra pista de tierra que acompaña al curso del Rego das Ferrarías para llegar al final de la propuesta, el lugar de A Queira, en otros dos kilómetros y medio, parte ésta especialmente recomendada para los cicloturistas. El tramo no presenta tampoco desniveles notables y, como en el anterior, el usuario no se perderá si no sigue las vías ascendentes que va encontrando a su derecha.

La caminata discurre por una ladera dedicada a los prados de rega, aprovechando las especiales condiciones hídricas y la pendiente. Hoy es un terreno forestal en el que se distingue el bosque a la izquierda descendiendo hacia el río y el espacio de producción maderera ladera arriba. Un paisaje fluvial escarpado y laberíntico se va sucediendo ante nuestros ojos, que recrearán la vista en las vertientes de los montes y en los colores cambiantes de las distintas especies vegetales. Todo es sosiego mientras vamos escuchando el sonido alternante de la prisa y la tranquilidad de las aguas, que en el ondulado terreno se va haciendo más próximo cuando nos acercamos a su curso y un murmullo cuando los meandros nos alejan de él.

La masa arbórea nos recordará a los bosques mixtos primigenios que crecieron tras las edades del hielo y mezclaron innumerables especies, aquellas fragas que hoy subsisten sólo en algunos ríos gallegos y que se componen normalmente de un bosque de ribera en su base y un robledal más arriba. El bosque ripícola presenta especies como el sauce, cuyo dominio nos delata su juventud, los altos alisos con sus hojas de verde intenso, los abedules con sus troncos blancos o los fresnos, que abundan donde el bosque lleva muchos años implantado y ha llegado a su madurez. Más arriba, a la orilla de la pista, quedan rodales de robles salpicados de jóvenes castaños, algún arce, acebos, delicados avellanos que campan por doquier y diversas especies de arbustos, que ahora dan paso a veces a árboles introducidos recientemente. Entre tanta biodiversidad, la frecuente aparición del laurel y las hiedras recuerda antiguos climas tropicales que quizá volverán. Al borde del camino veremos el contraste cromático de los helechos más representativos: el dentabrú o helecho real, de un verde claro y una frondosidad llamativa; y el blechno o fento fero, a modo de lanzal espinazo verde oscuro. Es la lucha ecológica entre los representantes de dos provincias vegetales, la mezcla de climas y tierras que tan bien representa a la compartimentada realidad física de Galicia. No faltan los brezos, que llenarán de morados las zonas rocosas y los claros del camino, parte de un juego cromático que irá variando con las estaciones y que presentará unas magníficas combinaciones mediado el otoño.

La riqueza vegetal y faunística han llevado a este río a formar parte de un Lugar de Interés Comunitario, el LIC Xubia-Castro, declarado en 2004, que destaca por un sinfín de especies de aves señoreadas por el vuelo de las aves rapaces, haciendo frecuente aparición el miñato y el gavilán que otean a sus presas y aprovechan sus  descuidos. Pero los ambientes húmedos también hacen posible descubrir entre el musgo o los roquedos de las orillas del río a varias especies de tritones, salamandras y ranas, mientras de los troncos de los robles viejos puede sorprender en vuelo el ciervo volante. Escondido en las zonas mejor conservadas de los bosques se ha citado la presencia del helecho Culcita macrocarpa, en Galicia denominado fento do cabeliño, una especie relicta de climas pasados que une nuestra flora con la existente en lugares tan exóticos como los archipiélagos de Azores, Canarias, Cabo Verde o Madeira.

Con frecuencia cambiaremos de dirección en nuestro camino, imitando el curso del río, pues la historia geológica ha dispuesto materiales de desigual resistencia y roturas del subsuelo a las que el río se ha ido acoplando, cambiando la luminosidad, las vistas y los sonidos a través de parajes cuyos nombres antiguos nos recuerdan y explican la geomorfología del terreno. Así se van sucediendo Coucixoso, O Navallo, Corno do Río, Monte dos Covos o Couce dos Galos, designando espolones rocosos, empinadas laderas erosionadas, cerrados meandros o marcados codos en el río. Todos ellos son geografía hecha nombre, relieve en parte domesticado por el ser humano que, tras sufridos, cultivos vuelve a ser un paisaje forestal como lo fue hace miles de años.