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Ascendiendo hacia el sur por la carretera comarcal desde Recemel, a medio kilómetro, un desvío a la derecha, que en realidad es una curva del antiguo trazado de la vía, servirá de estacionamiento y punto de partida para visitar la cascada de Recemel o de Os Pedrós. El recorrido superará en poco los 500 metros hasta el salto principal, sin fuertes pendientes, aunque sobre terreno irregular. Un camino de carro entre muros desciende por espacio arbolado para acercarse a la orilla del río a la altura de un antiguo molino, vena fluvial que no es otra que el Río Grande o Xubia, aun en sus primeros pasos.

Contemplamos allí un bosque joven compuesto principalmente por distintas especies como avellanos, robles, alisos y algunos acebos, cuya distribución permite ver iluminada la suave llanura fluvial, en donde el río se encamina acelerándose y precipitándose entre pequeños escalones pedregosos para descansar en otros tantos rellanos en los que inunda sucesivas pozas. Bajo el dosel arbóreo se destaca como especie dominante el dentabrú o helecho real, tupiendo los márgenes del cauce.

Seguiremos entonces la ruta indicada por un antiguo canal construido en piedra y que desvía las aguas para alimentar de energía hidráulica a varios molinos, que en número de cinco orlan las laderas encajadas del valle. La importancia de alguno de ellos se evidencia al conocer su condición de antigua vivienda y las tres piedras que rompían el grano. Justo antes de la caída principal, en la zona más abrupta, la de Os Pedrós (grandes piedras) se acumulan notables bloques que llegaron de los hercúleos arrastres de climas más lluviosos. Entre ellos surge el caño del río a modo de gran fuente y se expande bañando un tobogán pétreo de casi 20 metros de longitud que salva unos 15 metros de altura. Es el sonoro testigo del alzamiento que nuestro continente sufrió hace decenas millones de años provocando que el río tuviera que saltar e ir hendiéndose en el lecho rocoso para salvar el desnivel cada vez mayor con el mar.